¡De verdad! Tengo unas compañeras que es lo mejor que tengo en la vida. Somos amigas de infancia, siempre hemos estado juntas desde parvulario hasta la universidad. No lo debería decir, ¡pero creo que mis amigas me conocen incluso mejor que mi propia madre! En fin… Todo ello, para deciros que hace unos días pasamos mis amigas y yo un fin de semana en el hotel Mercer Barcelona, un hotel de lujo increíble ubicado en el corazón del barrio gótico de la capital catalana (¡sí, sí!, ¡ése mismo donde dicen que estuvieron hospedados hace poco Varoufakis y su esposa!), tras haberles comentado yo un día que tenía el sueño de poder –aunque fuese por unas horas solamente– dormir en un hotel de este tipo para ver y experimentar qué se sentía y cómo vivían los ricos. Os podrá parecer a vosotros una tontería, pero para mí no lo es. Pues, yo provengo de una familia muy, muy humilde, en la que nunca nos faltó amor, pero dinero sí. ¡Siempre! Si pude estudiar fue gracias a las becas que obtuve por ser buena alumna y porque a la vez trabajaba en un restaurante de comida rápida los fines de semana y algún que otro día más. Entonces, poder alejarme unas horas de todo ello me hacía ilusión.
Lujo, calma y voluptuosidad…
Cuando llegamos al hotel, constaté maravillada que éste se encontraba muy cerca de la catedral, de las ramblas, del Mercado de la Boquería, del Born, del museo Picasso, del Palau de la Música, etc. Un lugar idóneo ya que se encontraba a pocos metros de los distintos lugares de interés de la ciudad condal. ¡Nos lo íbamos a pasar pipa las cuatro! Al fin y al cabo, nos merecíamos este fin de semana de descanso y diversión después de haber estado trabajando tanto a lo largo de nuestra carrera. Habíamos conseguido en efecto finalizar nuestros estudios con nota y dentro de poco nos tocaría enfrentarnos al duro mundo de la búsqueda de empleo… Pero de momento, nos tocaba disfrutar entre buenas amigas de unos días agradables. Con ello, debo añadir que el hotel estaba construido sobre una parte de la muralla romana de la antigua Barcino y que contaba con unos espectaculares arcos medievales y frescos originales del siglo XII. ¡Era verdaderamente precioso! Y bueno, al entrar apenas en el hall del hotel ya quedé totalmente prendada. ¡No había visto nunca tanta belleza, elegancia y buen gusto reunidos! Era más que obvio de que se trataba de un lugar lujoso, con tan sólo mirar a nuestro alrededor se percibía. Tanto en la decoración como en el personal o en el trato. ¡Nada ostentoso! Me vino de repente a la mente una de las frases del poema “Invitación al viaje” de Charles Baudelaire: “Allá, todo es orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad”, y pensé en el cuadro homónimo pintado por Henri Matisse y de lo bien que quedaría allí. ¡Ello es lo que me transmitió este espectacular lugar!
Después, al entrar en nuestra habitación, el hechizo se acentuó… ¡Así pues, era como vivía la gente holgada! Rodeada de cosas bonitas y caras. Pero de pronto pensé en las comidas y reuniones familiares en las que de comer y beber no nos faltaba y en las que tanto nos reíamos y se me pasó. Estaba contentísima de estar allí pero envidia o pena por no poder disfrutar de todo esto a diario, no sentí… Era una nueva experiencia, un sueño hecho por fin realidad. Nada más. Y la verdad es que nos lo pasamos extraordinariamente bien. Barcelona es una ciudad muy bella, cosmopolita, rica en historia y en lugares divinos. Personalmente, me encantaron el Montjüic y las construcciones de Gaudí. También me llamó la atención el trato que para con nosotros tuvo la gente, nos habían hablado tanto de que los catalanes eran así y aso, cuando con nosotros se mostraron en todo momento atentos y encantadores, que nos sorprendió gratamente. A mí, si me lo pudiera permitir y si me propusieran volver de nuevo al hotel Mercer Barcelona de la ciudad condal, ¡no me lo pensaría ni un solo minuto! Porque es de verdad un lugar precioso, agradable donde se respira una paz que en pocos lugares he percibido. En fin, de momento en lo que hay que pensar es en nuestro futuro, porque por mucho que se diga, ser hijo de… ¡ayuda! ¿O no es así?