Un taller de chapa y pintura, mi negocio de éxito en una ciudad pequeña

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Soy una de esas chicas o jóvenes de 30 años que se quedó en el paro tras casi una década en la misma empresa. Trabajaba como periodista y había conseguido labrarme un buen sueldo gracias a la antigüedad que había sumado con los trienios y quinquenios, pero cuando me echaron me di cuenta tras varias entrevistas de trabajo que tener un sueldo como el mío iba a resultar algo harto imposible, ya que el mundo laboral estaba de lo más precarizado y como todos cogían cualquier puesto mejor que nada, las empresas apenas ofrecían salarios dignos. Fue entonces cuando me lie la manta a la cabeza y decidí capitalizar el paro para montar una empresa con mi hermano. En concreto, un taller de chapa y pintura. Invertí gran parte del dinero en una nave industrial y en una cabina de pintura y secado de calidad, fabricada por una empresa española, Mercury, y la verdad es que no nos podemos quejar de lo bien que nos va.

Quizás el hecho de que me echasen del trabajo fue lo que supuso el punto de inflexión, porque para ser sincera tampoco veía muchas expectativas de crecimiento en la empresa en la que estaba. Simplemente me había acomodado.

Yo trabajaba en Madrid, así que la primera decisión nada más echarme y pasar por esas entrevistas que os comentaba, fue trasladarme a Galicia, a casa de mis padres, ya que allí los gastos serían mínimos. Estuve un tiempo dándole vueltas a mi futuro, si emigrar como muchos de los jóvenes cualificados, si establecerme por mi cuenta dentro del mundo de la comunicación, o si directamente cambiar de aires y ponerme de nuevo a estudiar otra cosa totalmente diferente.

La verdad es que la decisión no fue nada fácil y mi padre fue el culpable de un día mi cabeza lo viese claro. Me contó que mi hermano estaba acabando su ciclo de formación profesional especializado en los arreglos de chapa y pintura del coche y que se encontraba en un punto complementario al mío, con la formación para ello pero sin dinero para establecerse, así que si yo capitalizaba el paro podría ser su socia por así decirlo. Mi padre, a su vez, había trabajado como gestor dentro de una empresa, por lo que nos podría echar una mano a la hora de ponerlo todo en marcha y llevar la administración de la misma hasta que yo aprendiese a hacerlo por mi propia cuenta.

Y así lo hicimos, nos embarcamos en familia en esta aventura que nos va de maravilla. Compramos, como os decía, una nave a las afueras de mi ciudad, y una buena cabina de pintura y secado, así como las herramientas necesarias, pero todo de calidad, para que la gente se quedase contenta con nuestro trabajo y nos recomendasen por el boca a boca. Y así fue cómo ocurrió. Especialmente porque la nuestra es una ciudad pequeña y no hay muchas más opciones de arreglar el coche que yendo a los talleres oficiales, donde la mano de obra es mucho más cara, por lo que si les ofrecíamos el mismo o mejor acabado pero a un mejor precio enseguida nos llenaríamos de clientes.

Tanto mi hermano como yo estamos muy felices con el resultado que estamos obteniendo y este negocio nos está empezando ya a devolver lo invertido y a generar muchos beneficios que primero usaremos para ampliarlo y después para comprar nuestras propias viviendas e independizarnos del nido familiar. Además, somos nuestros propios jefes y pusimos unos horarios razonables tanto para nosotros como para nuestros empleados, lo cual nos ayuda a conciliar y nos hace más felices. Unos horarios que nunca creí que tendría con mi trabajo como periodista, donde jamás podía librar más de dos fines de semana seguidos si no era pidiendo un favor a un compañero.

Hoy puedo decir que capitalizar el paro y abrir nuestro propio negocio fue la mejor decisión de mi vida y creo que estoy en disposición de animaros y deciros que con ganas e ilusión se puede sacar cualquier proyecto adelante.

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